
Elbia Pereira
Maestra
Un nuevo veinte de mayo en nuestro andar. Algunos pensamos que por ser sábado irían menos personas. Muy por el contrario. De cada esquina, como los brazos de un árbol frondoso, se unían al tronco las ramas de todas las edades, más cortas, más largas. Y no sucedió solo en Montevideo. Desde muchos lugares de nuestras filiales recibimos fotografías y mensajes que ilustraban cómo se vivió un nuevo 20 de mayo. Nuestros desaparecidos son de todos y todas. Nuevamente apareció ese nudo en nuestra garganta, que cada año se va haciendo más grande por las ganas de gritar: ¡verdad!...,¡justicia!..., ¡nunca más!
La consigna es marchar en silencio. En un profundo silencio en el que solo resuenan nuestros pasos. Nos cruzamos con personas conocidas. Solo saludamos con la cabeza. Y seguimos marchando. El camino se hace largo hacia la plaza Libertad en Montevideo, y en otros lugares de nuestro país, hacia el lugar de reunión de cada colectivo. Nuestro destino inexorable de cada año es encontrarnos cada 20 de mayo.
Nos juntamos allí, después de escuchar como una letanía los nombres de quienes nunca pudieron acompañarnos. Aunque dentro de nosotros sentimos que caminan a nuestro lado.
Días después la tierra vuelve a susurrar.
Nuevamente desde Toledo nos llegan noticias que provocan sentimientos encontrados. La tierra volvió a manifestarse.
Durante la remoción iniciada hace varios años en búsqueda de nuevos datos sobre la desaparición de nuestros compañeros y compañeras, en un instante, de la pala excavadora cae un cráneo que da cuenta del hallazgo de restos humanos.
En una fosa clandestina yacen los restos de una persona boca abajo, hundido su rostro en la cal para que desaparecieran las facciones que nos pudieran dar señas de su identidad.
Tiempo de espera. Desde hace más de cuarenta años clamamos por información sobre el destino final de nuestros detenidos desaparecidos.
Tiempo de esperanza. En declaraciones a la prensa, el vocero del grupo de familiares expresó que en el sentir de todos nos reencontramos en cada hallazgo con un paso más hacia la Verdad.
El pueblo uruguayo asumió esta causa como propia. Nadie abandona nuestra búsqueda.
Permanece en nuestra conciencia la necesidad de saber dónde están, y cada año somos más quienes reclamamos saber.
Durante este tiempo transcurrido desde la primera marcha del silencio hemos logrado construir un profundo sentimiento de pertenencia. Todos somos familiares.
Quiero escarbar la tierra con mis dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte,
a dentelladas secas y calientes.
[...]
A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández1
- 1HERNÁNDEZ, Miguel (1936): “Elegía” en El rayo que no cesa. Madrid: Ediciones Héroe.